La sabiduría popular se da cuando conectan las necesidades vitales y los recursos que ofrece la naturaleza. En el cambio del siglo XIX con el XX, en el Valle de Tuixent y de la Vansa, donde el Pedraforca se abre por completo para dejar paso a una canal de pueblos aislados y perdidos, las ‘trementinaires’ convirtieron todos sus conocimientos en un oficio único. Eran mujeres valientes y sabias que de las hierbas que pisaban cada día hicieron un pequeño milagro. En 1982, Sofía de Ossera, junto con su marido -¡un hombre!, ¡un caso excepcional!, hizo el último viaje para vender los aceites y remedios que sacaban de las hierbas medicinales del valle. Fue el agónico punto y final de un oficio destinado a desaparecer.

El fuerte descenso demográfico que sufrió este valle a mediados del siglo XIX obligó a su gente a reinventarse. Los hombres dejaban el hogar durante unos meses para ir a hacer de jornaleros, de carpinteros o de mineros mientras que las mujeres se iban a hacer de nodrizas. En este contexto pero, muchas de ellas decidieron aprovechar los conocimientos que tenían de las plantas medicinales para parir un nuevo oficio, el de las ‘trementinaires’. Del pino, por ejemplo, extraían la resina y la destilaban para fabricar la trementina que se usaba contra el dolor, los golpes y las torceduras y también para curar picaduras de araña o de víbora. Otros remedios que elaboraban eran el aceite de enebrina, el aceite de lagarto, el de serpiente blanca o de víbora, o el tabaco negro. Con todo tipo de hierbas, flores, setas, cortezas y raíces, las ‘trementinaires’ hacían una gran variedad de aceites macerados, jarabes, pomadas e infusiones.

Eran trabajos que implicaban a toda la familia y cuando los remedios estaban listos, las mujeres salían de casa acompañadas por una joven aprendiz para viajar por todo el país. Hacían las rutas a pie una vez o dos al año, normalmente en invierno porque era cuando tenían menos trabajo en casa, y podían durar desde unos pocos días hasta los cuatro meses y llegar a los 600 kilómetros. Las ‘trementinaires’ y sus aprendices paraban en masías y pueblos pequeños y se alojaban en casas particulares para ahorrar gastos. Con el paso de los años cada vez se hacía más difícil encontrar acompañantes y en las ciudades los trabajos estaban mejor pagados. La transmisión oral de los conocimientos se rompió y así se condenó el oficio que había permitido a las mujeres del Valle de Tuixent y de la Vansa conocer mundo. El nombre de ‘trementinaires’ se lo pusieron fuera del valle; no en vano, ellas mismas se autodenominaban "mujeres que iban por el mundo".

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